
De vez en cuando mi mente abre recovecos oscuros y difusos, pequeños, perdidos, olvidados de una juventud que se aleja a pasos agigantados. Y, si aún soy joven, con dulzura y a veces cierta compasión, observo a esa chiquilla patas flacas y habla imprecisa y apresurada, a la que todavía no le abandonaba la panza de la niñez cuando ya sus compañeras de clase se besaban con alguno de los niños que maduró sexualmente más temprano que los demás. La observo con ternura, la vida jamás parecía más difícil que entonces, y tuvo que ver venir todo lo que faltaba, y más aún.
Voy de camino hacia alguna parte, mirando los pastizales a través de las ventanillas sucias de alientos empañados, canchas, restaurantes. No los miro, sé que están allí sólo porque conozco sus ubicaciones de memoria. No los veo, mis ojos están cerrados cubiertos con una cortina transparente. Observo en realidad un recuerdo, un niño, un hombre luego, y otro. Memorias concatenantes de asuntos guardados, ¡por qué no quemé estos papeles!
De vez en cuando mi mente abre recovecos oscuros y olvidados, de soledades y amores contrariados, de amigas inseparables y orgullos dañados.
Lamento decir, que con el tiempo hay cosas que se olvidan. Lamento contradecir, las cosas no se olvidan, sólo olvidamos por fracciones de tiempo que aquellas vivencias fueron parte de nuestras vidas, y así, con cada instante en que tu alma lentamente se abra a una introspección, te juega una broma, el cerebro confabula en nuestra contra y, voilá.
Apareció de pronto sobre mí la expresión de recuerdo inmediato, cuando viajando en el colectivo le ví pasar con su caminar firme de piernas robustas y pachachas. Su cara sin lugar a dudas tenía 10 años más, pero conserva su tierna carita de oso de peluche...mi osito...fue mi osito y mi amor por muy corto tiempo, lo que duraron las tardes de basquetbol, el espacio suficiente para aprender de aquella linda experiencia hasta que las vicisitudes de la edad me hicieron olvidarle un día de verano nuevo. Apenas pudimos conservar el olor de la primavera. Me adoraba, y yo a él, y le ví desaparecer tras sus largos pasos y manos en los bolsillos por el oscuro pasaje.
En un mundo de esperanzas tenues, yo era para él todo lo que querría tener. Éramos tan diferentes. Me encantaba estudiar y portarme bien, aunque en la práctica sucedía todo lo contrario. Por su parte, el contexto de su vida era de peleas, de irresponsabilidad, desorden y fiestas. Y aún así, mi osito y yo descubrimos tener mucha afinidad, como dos ríos que se funden en un solo mar. Las tardes en la plaza de la población, los malos entendidos, el par de encuentros privados, y cómo enloquecíamos a la gente al pasar con nuestras insinuaciones.
Me pregunto si pude haber hecho algo más por él, pero sé que que aquello que pasamos fue suficiente para dar el siguiente paso.
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