Extractos de Amelia. II


Mi nombre es Amelia. Se lo debo a mi madre, hermosa fémina que en una primaveral jornada ví cara a cara luego de sólo conocer su dulce voz de cielo que reconocería donde fuera. Ella quiso en realidad llamarme Camelia, como la flor más hermosa que hay bajo los cielos, de perennes hojas duras de fuerza vital cuyo cuerpo arbustivo llena de alegría su floración al admirador. Supe que era una flor y con ello a través del tiempo cada mujer que ha pasado por mi vida es un botón que cada pétalo perdido es uno nuevo en su reemplazo reluciente y sabio.

Somos todas y cada una bellas flores dadoras incondicionales de belleza y energía que a su vez recibe de manera galante y seductora. Para la cultura patriarcal somos arbusto con una sola flor que luego de ser arrancada o polinizada pierde lo mejor de su vida y el único regalo que se podría ofrecer. No puedo estar más en desacuerdo con esto. Las mujeres, como todo elemento vivo, pasa por procesos en los que se vuelve a nacer, se vuelve a amar, se vuelve a entregar una y otra vez, pues cada flor deshojada da lugar a nuevos pétalos y aprendizajes.

Así como cuántas otras, fui juzgada cruelmente con el decreto del olvido como un desecho humano luego de entregar mi amor a través de “aquella flor” al muchacho de mis discordias. No sé si estuvo bien o mal, sólo puedo decir que las energías fluyeron y pasó para que mi alma aún niña comprendiera nuevas cosas que tenían que ver ya con la vida y sus encrucijadas; las cosas ya no eran más un juego infantil. El amor y sus derivados son cosas que hay que tomar en serio.

Todo el mundo cayó encima de mí, los prejuicios religiosos y las concepciones victorianas, decidiendo por mí lo que era correcto. Ocurrió un día de cimarra, yo le quería tanto por haber sido el primero que se fijaba en mí como queriendo sincronizar cupido nuestros corazones, que no importaba cómo ni cuándo, sólo deseaba estar cerca y así él pudiera comprender que le amaría hasta siempre. De pronto no sabía qué hacer, semana santa y yo cayendo en pecado. Desde aquel día, los que siguieron fueron un caos completo, tal vez deseé no haberlo hecho.

Pasó el tiempo, ¡y agradezco tanto no haberlo amado por siempre!. Simplemente no era para mí. Sin embargo, no puedo dejar de expresar que a pesar de los desencantos fue mi primer amor y con él mi inexperiencia y ganas de ser importante para alguien encontraron su sosiego.

Somos una flor, una planta que siempre estará dispuesta a dar. No importa cuán frío sea el invierno, si la nieve quema nuestras hojas, la primavera recobrará en nuestros colores la vida nueva y el amor que no nos llegó.


He entregado ramos multicolores de mi propia cosecha, algunos lo han aceptado y me han acompañado; otros simplemente no ven en mí la planta que decorará su jardín. Pero día a día riego la Camelia que vive dentro de mí para contemplarla yo y con ello irradiar mi alegría hacia los demás.         

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