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Fotografía: Pralad.
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Quedaron de acuerdo en juntarse aquella tarde. Su corazón y su estómago danzaron juntos al son de mil mariposas que revolotearon de manera automática, al saberse contenta y al mismo tiempo nerviosa mezclada con una sensación de torpeza, como si fuese a caer en una trampa a sabiendas. Lo primero, ¿qué me pondré?, pensó mientras ojeaba el desordenado closet. Aquella jornada había estado muy fría, y estaba confundida pues no sabía a ciencia cierta qué esperar de aquella salida. Hasta que por fin se decidió por los clásicos jeans, total, después de tanto tiempo de no verle, nada extraordinario podría suceder.
Pasos en falso, cambios de camisa, y reflexionó, ¿por qué no vacilé en aceptar la invitación?. Soy tan tonta!. Y sintió de pronto la necesidad de llamar y cancelar la salida. Luego, respiró hondo. No tenía para qué ser tan diplomática, debería dejarlo plantado sin previo aviso, se dijo, y esbozó una cómplice sonrisa. Comenzó a secar su cabello.
Le vió llegar al punto de encuentro. Llevaba puesta su bufanda y su chaqueta negra de cotelé, cruzando la calle le hacía gestos y mientras ella se los correspondía, se preguntaba si sería adecuado abrazarle y ponerle la nariz al cuello, absorbiendo de una sola y disimulada olisqueada ese perfume tan particular que llenaba los recuerdos de las noches de verano. El tiempo no avanzaba, él demoraba más con cada paso que daba hacia ella. No podía más de la inquietud, de, al menos, rozar su mejilla y comprobar si su piel aún tenía ese dulce olor con tono varonil que le hacía tanta gracia a sus movimientos.
Sí, con sólo rozar su suave y blanca mejilla se conformaba, y juró que reprimiría todo signo de debilidad y añoranza.
El encuentro fue normal, charlando de la vida y sus circunstancias, amigos y familia, y cada minuto que pasaba, cada vaso que vacío se quedaba, ella supuso que por fin las llamas del amor se habían apagado, suplantadas por un eterno cariño. Por eso, cuando sentía que sus ojos hablaban de amor, daba vuelta la cara hacia el gran fogón, para que él no notara que su cuerpo le clamaba incesante y de manera involuntaria, que viera en ella la mujer que él buscaba.
Tomaron sus cosas y se fueron del bar, de camino hasta la morada del muchacho. No creo que pase nada, se dijo ella con una mariposa mutante que se hizo cada vez más grande y juguetona cuando él sacó las llaves y abrió la puerta. La invitó a pasar.
Junto al cavernet souvignon, siguieron conversando de la vida mientras cogían unos cortes de variados quesos. Hubo tiempo incluso de ver videos de internet, hablar estupideces y reír por largos intervalos, aprovechando la alegría del vino.
Hasta que llegó a la habitación un lapsus interruptus, signo de que ambos quedaron flotando en la nebulosa de sus pensamientos, cuando en un impulso de instinto primitivo ella acercóse al cuello de su contertulio, y en un suspiro, mordió suavemente su piel a la vez que absorbía con frenesí el olor de su perfume. En un abrir y cerrar de ojos, comprendió todo lo que le extrañaba, al apretarlo fuerte en un abrazo mientras en un beso se le iba la vida. Estaba conciente de la luna llena que esa noche vigilaba sus pasos, y pronto la sensualidad inundó su espíritu, entregándose por completo al fuego de su amor.
El corazón le palpitaba al ritmo de las caricias recibidas y sus manos danzaban llenas de dicha al pasar por su espalda, por sus brazos fuertes que formaban una sutil jaula en su cintura. Lo tengo, lo tengo en mí, para mí, repetía a cada instante para sí, mientras su cuerpo se llenaba de esa energía que sólo él podía entregar, que sólo él le pudo entregar. Absorta en el placer, de pronto las caricias menguaron hasta que le tuvo ahí, a su lado, acariciando su espalda con los ojos, recorriendo la silueta iluminada con la luz proveniente de la calle.
Sus dedos tocaron su corto cabello, suave, y cerró los ojos lentamente deseando retener aquel momento para siempre.
Voy a llegar tarde, dijo antes de ponerse el abrigo rojo, y salió.
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