
Me considero un hombre inteligente y práctico, calculador. Soy excelente para los negocios y todo lo que quiero, lo consigo. Jamás he sucumbido ante los obstáculos y tengo éxito en todos los ámbitos. He disfrutado a concho mis días y soy un bohemio de tomo y lomo.
No creo en el amor.
Nunca me he enamorado, jamás perdí la cabeza por alguien, y aunque soy un hombre casado, la verdad no me angustia estar solo. Soy un hombre bastante inteligente, y por ello me perturba la idea de no ser capaz de comprender qué me está pasando.
Apareció en mi vida justo en la etapa en que sólo queda comenzar a disfrutar de lo que se ha sembrado, la plenitud de la estabilidad. No necesitaba nada más que vivir mis logros y aplicar mi experiencia ganada a través de los años para seguir creciendo.
Tuve inmediatamente una conexión especial con ella, es una mujer joven e inteligente, me llamó mucho la atención desde un principio esta condición. Con pocas personas -por no decir con ninguna- me ha nacido un cariño de manera tan espontánea y en tan poco tiempo como sucedió con ella. Quise ayudarla y formamos un lazo de lealtad que se afianza cada día más, pues además de la confianza, ella, al igual que yo, está rayada -está pitiá-, se ríe de mis tonteras e inconscientemente me gusta mucho estar en su compañía. Tampoco me dí cuenta en qué momento mis juegos con ella dejaron de serlo.
Hasta el día en que sentí celos porque no me esperó, se fue a casa por su cuenta y no conmigo. Yo quería ir a dejarla, no sé muy bien por qué. Me enojé con ella y sin querer lo demostré, todo el mundo allí presente se percató que estaba amurrado, frustrado. Cómo pude ser tan tonto -me ahueoné-; perdí el control, y se supone que, como el hombre maduro que soy, podría perfectamente controlar este tipo de comportamientos.
-Podría-
De pronto, no pude concentrarme en mis negocios, tampoco en mis estudios -tal como en este preciso momento-, sólo pensaba en ella y en la forma grotesca en cómo yo estaba haciendo el loco. ¿Era mi corazón el que hablaba por mí?. Qué sensación tan extraña, me siento un cabro chico escribiendo cartas de amor.
Le dije que me gustaba. Pudiendo contárselo a cualquier amigo, se lo tuve que decir a ella. La cagué, me ahueoné otra vez.
Me imagino cómo hubiera sido conocernos 6 años atrás, o encontrarnos en un universo paralelo en el cual nuestra diferencia de edad no existe y ella se transforma en la compañera que siempre deseé. Vivo como si fuera cierto cada asado, yo hablo estupideces y ella se ríe a la vez que agarra el hilo y continúa el chiste. Lo pasamos tan bien, es la mujer perfecta. ¿Cómo habría sido?
Ella piensa, sin embargo, que dos personas desordenadas sólo podrían haber hecho explotar la galaxia. Yo la hubiera hecho feliz.
No sabe cuánto me muero por darle un beso. Me imagino el dulce sabor de sus labios. Abrazarla y ser feliz. No sé por qué me siento tan feliz, de pronto tengo una energía distinta, mis problemas desaparecen, veo todo desde una óptica distinta. No puedo creer que YO esté hablando de estos temas, y de esta manera.
Necesito verla para sentirme bien.
Un día la quise ver. Fueron tal las ansias, que dejé todos mis compromisos de lado, y cuando me vi perdido en la ciudad, sin encontrarla, me dí cuenta que ni siquiera pensé en cómo ni cuándo ni dónde verla, yo simplemente iba, contra viento y marea. ¡En qué momento perdí la cabeza! Tuve que aceptar mi derrota y se lo dije: me tienes loco.
Soy un hombre bastante práctico y calculador, y lo extraño de todo esto es que me siento feliz de albergar en algún sitio de mi ser, un sentimiento que tal vez pueda llamarse amor.
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