Todo pasa.


Una extraña nostalgia le invade de repente, mientras pensaba en la discusión de ayer. "Quédate tranquila", fueron las últimas palabras de él antes de que ella diera media vuelta dejándole solo en la plazoleta. Por alguna razón, sentía que tenía que volver a hablarle, a pesar del disgusto y ese orgullo que no le dejaba torcer el brazo, tenía que saber de él, decirle cuánto le extrañaba, decirle, que a pesar de todo ella seguiría allí, tal como él se lo pidió.

Pasea sin sentido dentro de las habitaciones de la casa, yendo y volviendo sin razón aparente, como si con cada paso buscase aplastar, con el crujir de la madera, los pequeños momentos mágicos en los que ella pudo sentirlo como parte de sí, cuando el mundo era por completo sólo de ambos y sentada en la pradera le regalaba las estrellas bajo el oscuro cielo.

En la mesita busca a tientas el frasco del azúcar con la cuchara, mientras sostiene la taza de té tratando de calentar sus manos. Mirando por la ventana, ve la vida pasar, esperando con las ansias a flor de piel una señal que le hable de él. Recuerda el primer beso después de tantos años esquivándose el uno al otro, el frenesí de los abrazos, la desesperación de no querer separarse jamás. Casi derrama el azúcar por el suelo. 

Pone atención en las formas de la mesita, rayas y orificios creados por el uso diario. También estuvo allí. Acaricia con cariño el mueble que tuvo el gran honor de sostener sus brazos mientras ella le miraba con la atención de quién intenta escudriñar los sentimientos a través de sus ojos, que en ese espacio sólo repetían la imagen de ella.

"Quédate tranquila, todo estará bien."

Vuelve a mirar a través de la ventana y nota cómo el clima comienza a cambiar. Este otoño ha tenido cambios muy repentinos, a veces le da la impresión de que cambian según los altibajos de la historia en suceso. Las hojas del liquidámbar a lo lejos comienzan a volar, el rojo de su superficie llena de color el opaco escenario con el que se encuentra cada vez que intenta descubrir qué ocurre en la profundidad del ser amado; sólo palabras imprecisas, que intentan ser reemplazadas con aquellas acciones que llenan el alma.

Distraída en la ventana, acaricia el gato que se posó a su lado queriendo hacer compañía, como si algo supiera. De pronto, a sus manos llega una carta, cuyo escueto mensaje le dejó un palpitar débil y nervioso. Todo se puso blanco, no era capaz de articular palabras. Los ojos como plato, signo de un cerebro que no encontraba lógica alguna, pues era tan distinto lo que le había dicho ayer con lo que se encuentra hoy, que cae al suelo de rodillas, exhausta de no comprender lo que está pasando.

"Sigamos nuestros caminos por separado. Que seas muy feliz."

El impacto es tan fuerte que ni siquiera es capaz de llorar. La tristeza se confunde con el orgullo herido, el cual se hace grande, más grande aún, ahora que es la vez tercera que le hace lo mismo. Esta vez fue con bombos y platillos, por ende, es la vencida. "No sabrás de mí jamás, no me verás ni la punta de la nariz. te borraré de mi vida", y comienza a romper todos los recuerdos que puedan oler a él. Salió a correr descalza por la pradera, no sabía cómo poder expulsar la pena fuera de su cuerpo, quería gritar y no podía; quería llorar mas no le salía. Cómo poder eliminar este dolor, aún en shock, pasó horas y horas tratando de entender.

Un destello interno le hizo comprender de pronto, que todo el dolor que ahora sentía algún día tendría que irse, que todo lo que termina germina en la vida un nuevo comienzo. Respira profundo, sintiéndose contenta, conforme. 

Los castillos en el aire poco a poco comienzan a esfumarse.

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