Aquella media hora en la Plaza Guarello


Juntó los pedacitos de su ser desparramados por el suelo y los colocó en el bolsito. Se sacude el polvo de los pantalones y con su mano izquierda borra de sus mejillas la huella del camino recorrido por un par de tímidas lagrimas. Como si cayera fuertemente contra el concreto por desequilibrio corporal, se reincorpora y apoya sus manos en el suelo levantando de a poco la mirada, firme y en alto, pero perdida. De su bolsillo saca recuerdos y frases a granel, revisa el especial TeAmo dicho a los ojos con la firmeza de algo que pareciera ser real, los ojos brillantes y tiernos, la voz tímida. Saca un par de canciones del bolsillito del jeans, ese en que apenas caben los billetes, enfocando su atención en esas favoritas que le regaló a modo de confesión, cuando el pensamiento no es capaz de traducir el idioma del corazón. Encuentra, acto seguido, pedacitos de dulces melodías en guitarra que recibía mientras se duchaba. La carta que escribió los momentos, las noches bajo la luna llena, las pizzas y la dulzura de ser el reflejo de otra persona.


Enamorarse no fue fácil pues tenerle más de media hora al lado era un privilegio y un placer que sólo entregan las cosas difíciles que sino con mucho dolor se consiguen. Nadie más entendería la especial conexión que daba lugar cuando con la proyección de su pensamiento emitía una onda intergaláctica que le llamaba y lograba comunicación certera mientras se encontraba en la inmersión de la soledad de su caminar. Se convertiría cada vez más en un lujo, a medida que aumentaba el amor las interrupciones del resto del mundo serían más intensas. Era una odisea digna de grandes héroes conseguir un solo instante para los dos y sin embargo solo eso bastaba para ser feliz. 

Por el otro lado, al ver con la fuerza que se entregaba a la promesa de estar siempre a su lado, prometió bajo los pilares adornados de abundantes enredaderas, devolverle con creces todo lo que estaba recibiendo, todo el amor que le hacía sentir, con la misma firmeza de aquel TeAmo de ojos fijos y pequeños y torso desnudo, y sin embargo una deuda quedó abierta. Luego de una semana el silencio e incertidumbre fueron la antesala del cierre intempestivo de una historia coja, escuchando de sus labios que ya no tenía caso luchar contra la corriente, los obstáculos podían más y prefería la vida tortuosa de antes a privar a su ser amado de merecer a alguien mejor en su vida. Alguien con quien poder estar más de media hora en la Plaza Guarello, sin ser fugitivos bajo la noche de clara luna en las penumbras de la montaña; alguien con menos problemas y más soluciones, valiente decidido. Alguien que de verdad quiera estar y acompañarle.

Comprendió así que en la historia no hubo más partidario a favor de ese amor que su propia persona. Soportó toda clase de negatividad cual rebelde sin causa confrontando al mundo que estaba en contra de algo que, pensaba, nadie comprendía a excepción de ellos dos. Ahora, sabiéndose a la deriva de una historia creada en soliloquio, junta los pedacitos de su ser desparramados por el suelo y los coloca en el bolsito de cuero. Se sacude el polvo de los pantalones y con su mano izquierda borra la huella del camino recorrido por un par de tímidas lagrimas. Y como si cayera fuertemente contra el concreto por desequilibrio corporal, se reincorpora y apoya sus manos en el suelo levantando de a poco mirada, firme y en alto, pero perdida. 

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