Ancla en puerto alternativo

                         

Un nuevo y nublado día de otoño. En un mes más vendrá el invierno a cubrirme de oscuridad y olor a ropa guardada, y cuánto frío siente ya mi espíritu que apenas quiero abrir las cortinas de la habitación. Cuando por fin me sacudí la pereza, hice caso a mis impulsos y tomé el primer bus con destino hacia Valparaíso.

Siempre que llego a Valpo hago la misma ruta, ya sea por miedo a perderme o a que me asalten o porque en realidad no conozco otros recorridos, así es que subí hasta el museo naval para ver por milésima vez el panorama del puerto. Si bien no conozco a nadie allí, con el asunto de la pandemia no mejora mucho pues no reconozco rostro alguno detrás de los tapabocas. Sin embargo, después de estar un rato dando vueltas por la costanera, veo una figura que me resulta bastante familiar. Con la excusa de que estoy un poco perdida llamo su atención y, aunque al principio reacciona asustado a mi llamado, luego de unos segundos reconoció mi cara detrás de las redes sociales.

Tantos likes intercambiados a nuestro haber que la verdad es que ya tenia mucha curiosidad y la esperanza de poder conocerle un poco mejor. Mi ansiedad por ello me dio un empujoncito, y entre risa y risa pasamos a su casa. Poco a poco mi cabeza comenzó a dar vueltas en un empalagoso cielo de algodón de azúcar, de su varonil boca salían bellas palabras, poesía rebuscada, versos revolucionarios. Mi cerebro en sequía agradecía aquel balde de conocimientos que sensuales me empapaban; sus grandes dientes me invitaban a mirarlos con regocijo cada vez que me dirigía alguna palabra. Su voz profunda retumbando dentro de mi pecho hacía que recordara el por qué me encontraba allí, en ese momento, en ese lugar. Puedo perfectamente culpar a las cervezas cabezonas del hecho de que luego de 2 horas de política y coqueteo me abalanzase sin piedad sobre su pecho sudado post trote. Nada importaba realmente, y si me rechazaba la verdad es que me hubiera ido feliz con la victoria de haber dado el paso, el gran paso, de haber logrado un acercamiento mucho más personal. Cuántos días me quitó la calma verle tanto y sin embargo tan lejos de mi vida. Como un catálogo con productos inalcanzables.

Nerviosa y enceguecida por mi ímpetu ansioso, enrollé mi cuerpo en sus brazos, nuestras piernas bailaron al son de mi inesperado fuego, mi boca rozando sus labios vestidos por una barba frondosa que cosquillea en mi rostro como la idea de que, al parecer, estaba casado. Pero no tuve el valor de golpearme contra la realidad. Y la real realidad era que bajo su cuerpo yacía mi plenitud luego de una batalla sin piedad, llenando por un pequeño momento aquel creciente vacío que hace un par de años me estaba haciendo presa del sinsentido cotidiano. 

Yo, una mujer sin sangre, sin metas, con ganas de vivir a medias, en frente de un hombre que se come el mundo a bocanadas. 

Con una sonrisa y un largo abrazo me despido y corro para alcanzar el bus de las 7. Me esperan en casa lo antes posible, mi retoño necesita mi regazo para dormir y pronto llegará mi marido.


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